viernes, 15 de abril de 2011

UN LUGAR EN EL BOSQUE

Esta historia nos cuenta de un famoso rabino jasídico: Baal Shem Tov.
Baal Shem Tov era conocido dentro de su comunidad porque todos decían que él era un hombre tan piadoso, tan bondadoso, tan casto y tan puro que Dios escuchaba sus palabras cuando él hablaba.
Se había hecho una tradición en este pueblo:
Todos los que tenían un deseo insatisfecho o necesitaba algo que no habían podido conseguir iban a ver al rabino.
Baal Shem Tov se reunía con ellos una vez por año, en un día especial que él elegía. Y los llevaba a todos juntos a un lugar único, que él conocía, en medio del bosque. Y una vez allí, cuenta la leyenda, que Baal Shem Tov armaba con ramas y hojas un fuego de una manera muy particular y muy hermosa, y entonaba después una oración en voz muy baja... como si fuera para él mismo.
Y dicen... que Dios le gustaban tanto esas palabras que Baal Shem Tov decía, se fascinaba tanto con el fuego armado de esa manera, quería tanto a esa reunión de gente en ese lugar del bosque... que no podía resistir el pedido de Baal Shem Tov y concedía los deseos de todas las personas que ahí estaban.
Cuando el rabino murió, la gente se dio cuenta de que nadie sabía las palabras que Baal Shem Tov decía cuando iban todos juntos a pedir algo...
Pero conocían el lugar en el bosque. Sabían cómo armar el fuego.
Una vez al año, siguiendo la tradición de Baal Shem Tov había instituido, todos los que tenían necesidades y deseos insatisfechos se reunían en ese mismo lugar en el bosque, prendían el fuego de la manera en que habían aprendido del viejo rabino, y como no conocían las palabras cantaban cualquier canción o recitaban un salmo, o sólo se miraban y hablaban de cualquier cosa en ese mismo lugar alrededor del fuego.
Y dicen... que Dios gustaba tanto del fuego encendido, gustaba tanto de ese lugar en el bosque y de esa gente reunida... que aunque nadie decía las palabras adecuadas, igual concedía los deseos a todos los que ahí estaban.
El tiempo ha pasado y de generación en generación la sabiduría se ha ido perdiendo...
Y aquí estamos nosotros.
Nosotros no sabemos cuál es el lugar en el bosque.
No sabemos cuáles son las palabras.
Ni siquiera sabemos cómo encender el fuego a la manera que Baal Shem Tov lo hacía...
Sin embargo hay algo que sí sabemos:
Sabemos esta historia.
Sabemos este cuento...
Y dicen... que Dios adora tanto este cuento...que le gusta tanto esta historia...que basta que alguien la cuente...y que alguien la escuche...para que Él, complacido, satisfaga cualquier necesidad y conceda cualquier deseo a todos los que están compartiendo este momento...
Amén... (Así sea...)

miércoles, 13 de abril de 2011

TIENES QUE DIVORCIARTE Y CASARTE CON OTRA MUJER

"Una vez, cuenta el padre Carlos Vallés, asusté a un joven marido que me pedía consejo sobre su matrimonio en peligro. Este me había hablado de su esposa con tantos detalles negativos que parecía imposible que pudiera seguir viviendo con ella. Yo le di entonces mi consejo. "Tiene que divorciarte de tu mujer". Aquel joven marido quedó asombrado que un sacerdote le diera este consejo, y casi se cayó de espalda cuando el padre insistió diciéndole: "¡Sí, tienes que divorciarte y casarte con otra mujer!
"Pero ¿cómo padre me dice esto? No entiendo." replicó. Y yo le expliqué sonriendo. "Sí , tienes que divorciarte de la mujer ideal de tus sueños, y casarte con la mujer de carne y hueso que tienes en tu casa".
Amar de veras implica querer al otro como es, con todos los defectos que tiene y no como tendría que ser o cómo nos gustaría que fuese. Dios no nos ama porque somos dignos de amor sino que somos dignos de amor porque Dios nos ama. Y Dios nos ama como somos, así, en concreto, con los ojos abiertos sobre nuestras virtudes. y nuestros defectos.
El amor de los novios es ciego en cuanto a los defectos del otro, pero también vidente en cuanto a las cualidades que sólo el enamorado es capaz de ver. Cuando, con el pasar de los años, las cualidades, que tanto los encantaban, disminuyen o desaparecen y quedan al descubierto los defectos, que antes estaban escondidos, entonces parece que el amor ya no existe y los esposos llegan a pensar que el amor se ha ido. En realidad, amor únicamente fundado sobre las cualidades, no es verdadero amor. Se aman las cualidades físicas o psicológicas o morales pero no se ama a la persona que es el sujeto profundo de las cualidades. Si el amor desaparece, es que probablemente, nunca existió. Pero si el amor llega a ser un amor personal, un amor a la persona única e irrepetible, entonces no va a desaparecer por el hecho de que desaparecen las cualidades. La persona es siempre la misma aunque cambia a lo largo del tiempo.

martes, 12 de abril de 2011

PEQUEÑA ANECDOTA (verídica)

Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nobel de Química en 1908, contaba la siguiente anécdota:
Hace algún tiempo, recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese a que éste afirmaba con rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada.
Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo.
Leí la pregunta del examen y decía: "Demuestre cómo es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro".
El estudiante había respondido: "Lleva el barómetro a la azotea del edificio y átale una cuerda muy larga. Descuélgalo hasta la base del edificio, marca y mide. La longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio".
Realmente, el estudiante había planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido a la pregunta correcta y completamente. Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación, podría alterar el promedio de sus de estudios, obtener una nota más alta y así certificar su alto nivel en física; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel.
Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad.
Le concedí seis minutos para que me respondiera la misma pregunta pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física.
Habían pasado cinco minutos y el estudiante no había escrito nada.
Le pregunté si deseaba marcharse, pero me contestó que tenía muchas respuestas al problema. Su dificultad era elegir la mejor de todas.
Me excusé por interrumpirle y le rogué que continuara.
En el minuto que le quedaba escribió la siguiente respuesta:
"Coge el barómetro y lánzalo al suelo desde la azotea del edificio, calcula el tiempo de caída con un cronometro. Después aplica la fórmula altura = 0,5 por A por T2. Y así obtenemos la altura del edificio".
En este punto le pregunté a mi colega si el estudiante se podía retirar.
Le dio la nota más alta.
Tras abandonar el despacho, me reencontré con el estudiante y le pedí que me contara sus otras respuestas a la pregunta.
Bueno, respondió, hay muchas maneras, por ejemplo, coges el barómetro en un día soleado y mides la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también la altura del edificio.
Perfecto, le dije, ¿y de otra manera?
Sí, contestó; este es un procedimiento muy básico para medir un edificio, pero también sirve. En este método, coges el barómetro y te sitúas en las escaleras del edificio en la planta baja. Según subes las escaleras, vas marcando la altura del barómetro y cuentas el número de marcas hasta la azotea. Multiplicas al final la altura del barómetro por el número de marcas que has hecho y ya tienes la altura. Este es un método muy directo.
Por supuesto, si lo que quiere es un procedimiento más sofisticado, puede atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo. Si calculamos que cuando el barómetro está a la altura de la azotea la gravedad es cero y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla formula trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio.
En este mismo estilo de sistema, atas el barómetro a una cuerda y lo descuelgas desde la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo puedes calcular la altura midiendo su período de precesión.
En fin, concluyó, existen otras muchas maneras.
Probablemente, siguió, la mejor sea coger el barómetro y golpear con él la puerta de la casa del conserje. Cuando abra, decirle: señor conserje, aquí tengo un bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo.
En este momento de la conversación, le pregunté si no conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares).
Evidentemente, dijo que la conocía, pero que durante sus estudios sus profesores habían intentado "enseñarle a pensar".
El estudiante se llamaba Niels Bohr, físico danés, premio Nóbel de Física en 1922, más conocido por ser el primero en proponer el modelo de átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodeaban. Fue fundamentalmente un innovador de la teoría cuántica

viernes, 8 de abril de 2011

EL TESORO ENTERRADO

Había una vez en la ciudad de Cracovia, un anciano piadoso y solidario que se llamaba Izy. Durante varias noches, Izy soñó que viajaba a Praga y llegaba hasta un puente sobre un río; soñó que a un costado del río y debajo del puente se hallaba un frondoso árbol. Soñó que él mismo cavaba un pozo al lado del árbol y que de ese pozo sacaba un tesoro que le traía bienestar y tranquilidad para toda su vida.
Al principio Izy no le dio importancia, pero después de repetirse el sueño durante varias semanas, interpretó que era un mensaje y decidió que él no podía desoír esta información que le llegaba de Dios o no se sabía de dónde, mientras dormía.
Así que, fiel a su intuición, cargó su mula para una larga travesía y partió hacia Praga.
Después de seis días de marcha, el anciano llegó a Praga y se dedicó a buscar, en las afueras de la ciudad, el puente sobre el río.
No había muchos ríos, ni muchos puentes. Así que rápidamente encontró el lugar que buscaba. Todo era igual que en su sueño: el río, el puente ya un costado del río, el árbol debajo del cual debía cavar.
Sólo había un detalle que en el sueño no había aparecido: el puente era custodiado día y noche por un soldado de la guardia imperial.
Izy no se animaba a cavar mientras estuviera allí el soldado, así que acampó cerca del puente y esperó. A la segunda noche el soldado empezó a sospechar de ese hombre cerca de SU puente, así que se aproximó para interrogarlo.
El viejo no encontró razón para mentirle. Por eso le contó que venía viajando desde una ciudad muy lejana, porque había soñado que en Praga debajo de un puente como éste, había un tesoro enterrado.
El guardia empezó a reírse a carcajadas:
—Mira que has viajado mucho por una estupidez –le dijo el guardia—. Hace tres años que yo sueño todas las noches que en la ciudad de Cracovia, debajo de la cocina de la casa de un viejo loco, de nombre Izy, hay un tesoro enterrado. Ja... Ja... mira si yo debiera irme a Cracovia para buscar a este Izy y cavar debajo de su cocina... Ja... Ja... Ja....Izy agradeció humildemente al guardia y regresó a su casa.
Al llegar, cavó un pozo debajo de su propia cocina y sacó el tesoro que siempre había estado allí enterrado...

miércoles, 6 de abril de 2011

EL VENDEDOR DE GLOBOS

Una vez había una gran fiesta en un pueblo. Toda la gente había dejado sus trabajos y ocupaciones de cada día para reunirse en la plaza principal, en donde estaban los juegos y los puestitos de venta de cuanta cosa linda una pudiera imaginarse.
Los niños eran quienes gozaban con aquellos festejos populares. Había venido de lejos todo un circo, con payasos y equilibristas, con animales amaestrados y domadores que les hacían hacer pruebas y cabriolas. También se habían acercado hasta el pueblo toda clase de vendedores, que ofrecían golosinas, alimentos y juguetes para que los chicos gastaran allí  los pesos que sus padres o padrinos les habían regalado con objeto de sus cumpleaños, o pagándoles trabajitos extras.
Entre todas estas personas había un vendedor de globos. Los tenía de todos los colores y formas. Había algunos que se distinguían por su tamaño. Otros eran bonitos porque imitaban a algún animal conocido, o extraño. Grandes, chicos, vistosos o raros, todos los globos eran originales y ninguno se parecía al otro. Sin embargo, eran pocas las personas que se acercaban a mirarlos, y menos aún los que pedían para comprar algunos.
Pero se trataba de un gran vendedor. Por eso, en un momento en que toda la gente estaba ocupada en curiosear y detenerse, hizo algo extraño. Tomó uno de sus mejores globos y lo soltó. Como estaba lleno de aire muy liviano, el globo comenzó a elevarse rápidamente y pronto estuvo por encima de todo lo que había en la plaza. El cielo estaba clarito, y el sol radiante de la mañana iluminaba aquel globo que trepaba y trepaba, rumbo hacia el cielo, empujado lentamente hacia el oeste por el viento quieto de aquella hora.
El primer niño gritó:
-¡Mira mamá un globo!
Inmediatamente fueron varios más que lo vieron y lo señalaron a sus chicos o a sus más cercanos. Para entonces, el vendedor ya había soltado un nuevo globo de otro color y tamaño mucho más grande. Esto hizo que prácticamente todo el mundo dejara de mirar lo que estaba haciendo, y se pusiera a contemplar aquel sencillo y magnífico espectáculo de ver como un globo perseguía al otro en su subida al cielo.
Para completar la cosa, el vendedor soltó dos globos con los mejores colores que tenía, pero atados juntos. Con esto consiguió que un tropilla de niños pequeños lo rodeara, y pidiera a gritos que su papá o su mamá  le comprara  un globo como aquellos que estaban subiendo y subiendo. Al gastar gratuitamente algunos de sus mejores globos, consiguió que la gente le valorara todos los que aún le quedaban, y que eran muchos. Porque realmente tenía globos de todas formas, tamaños y colores. En poco tiempo ya eran muchísimos los niños que se paseaban con ellos, y hasta había alguno que imitando lo que viera, había dejado que el suyo trepara en libertad por el aire.
Había allí cerca un niño negro, que con dos lagrimones en los ojos, miraba con tristeza todo aquello. Parecía como si un honda angustia se hubiera apoderado de él. El vendedor, que era un buen hombre, se dio cuenta de ello y llamándole le ofreció un globo. El pequeño movió la cabeza negativamente, y se rehusó cogerlo.
-Te lo regalo, pequeño-le dijo el hombre con cariño, insistiéndole para que lo cogiera.
Pero el niño negro, de pelo corto y ensortijado, con dos grandes ojos tristes, hizo nuevamente un ademán negativo rehusando aceptar lo que se le estaba ofreciendo. Extrañado el buen hombre le preguntó al pequeño que era entonces lo que lo entristecía.
Y el negrito le contestó, en forma de pregunta:
-Señor, si usted suelta ese globo negro que tiene ahí ¿Será que sube tan alto como los otros globos de colores?
Entonces el vendedor entendió. Tomó un hermoso globo negro, que nadie había comprado, y desatándolo se lo entregó al pequeño, mientras le decía:
-Haz tu mismo la prueba. Suéltalo y verás como también tu globo sube igual que todos los demás.
Con ansiedad y esperanza, el negrito soltó lo que había recibido, y su alegría fue inmensa al ver que también el suyo trepaba velozmente lo mismo que habían hecho los demás globos. Se puso a bailar, a palmotear, a reírse de puro contento y felicidad.
Entonces el vendedor, mirándolo a los ojos y acariciando su cabecita enrulada, le dijo con cariño:
-Mira pequeño, lo que hace subir a los globos no es la forma ni el color, sino lo que tiene adentro.